MONÓLOGOS DE

MARICEL MAYOR MARSÁN

por

 

Róger Mendieta Alfaro

Presidente

(Fundación Cultural Nicaragüense Nuevo Siglo)  

 

     

     Aunque casi todos los monólogos son confesiones espontáneas, retazos de vivencias del autor que expresa un estado de ánimo, llama la atención Testimonio de mis días, de Maricel Mayor Marsán, por cinco elementos vitales: soledad, abandono, búsqueda, frustración y rabia, que condicionan la trama y el alma del monólogo. Hago referencia a Testimonio de mis días: Porque yo un día pensé que había obtenido la felicidad... Tenía marido, mis cuatro hijos... y hasta dos perros. Y hoy, ¿Qué es lo que tengo realmente?

 

     Soledad es abandono, vacío... Y búsqueda es respuesta de soledad. ¡Búsqueda! ¿En  qué lugar?  La vida, en esencia es un teatro, en que su protagonista: el hombre, escribe la obra, define su propio papel y es autor principal. Solamente el abandono revisa cerrojos, ventanas

y puertas: es atrapado por el terror. Un terror que va más allá  de evidente terror normal, y trata de cubrirse con la complaciente máscara de la botella: se colocó la copa y la botella entre los muslos...  Maricel imprime en el ámbito de la escenografía, brutal crudeza de una acción de símbolos y señales, que el protagonista convierte en búsqueda. ¿Búsqueda de qué? Bueno: del contrario, de la soledad. La botella de vino, o de ron, tiene la demoníaca virtud, algunas veces, de llenar nuestro desolado espíritu de soñador, con un obstinado mundo inconsciente, en el mar profundo del alcohol. Y continúa: Parecíamos dos extraños que compartíamos la habitación y no dos esposos...

 

     Por esto quizás, el solitario protagonista del Monólogo no tiene nombre; es el desconocido que todos conocemos dentro de nosotros mismos: cualquiera de los que lean y recreen en Testimonio de mis días. Y está obligado a preguntarse cualquier cosa, después del descalabro existencial que da con la respuesta que mantiene su vida pendiente del hilo de la frustración, y la incita a una justificada y dolorosa explosión de rabia: ¡Desgraciado! Mientras yo me sacrificaba por tus padres, tú me engañas con una de tus clientes...  Y dirigiendo al público habla casi en secreto, enloquecida, llorando. Así la vemos, desde la butaca del espectador, cuando nos habla del menor de los hijos: el que se fundió de abandono, porque que carecía aún de un cerebro amortiguado, y una mente capaz de absorber el golpe de los cinco elementos vitales que son expresión del Monólogo: No creo que ande con drogas, pero a veces sospecho que no es alcohol lo que trae en su cuerpo...

 

     Y la autora de Testimonio de mis días nos obliga  a seguir el hilo de la observación en el porqué del problema: Un padre que estuvo pero no estuvo. Y volvemos a ese escenario que habla por su único protagonista: Se da vuelta y camina en dirección a la cama. Se quita la bata de casa y se queda en pijamas: ¿Qué hacer, Dios mío? Si tan sólo supiera, ¿qué hacer? o ¿Qué dirección tomar? Y vuelven a flote los elementos vitales de soldad y frustración: el problema es que no tengo con quién hablar, y mi única opción inmediata es acostarme en esta cama, cama en donde ya no se hace el amor...

 


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