GRAVITACIONES TEATRALES

MARICEL MAYOR MARSÁN

 

por

 

Martha García, Ph.D.

(Vanderbilt University  ̶  Nashville, Tennessee)   

 

      

     Con Gravitaciones Teatrales, Maricel Mayor Marsán nos obsequia una obra completa, reflejo de su dedicación al arte y a las letras a la que ya nos tiene acostumbrados. Este texto dramático que consta de seis obras de teatro breve se basa en el entremés tan popular en el teatro español del Siglo de oro donde en muchos casos, el éxito de la obra dependía grandemente de la calidad de este género breve. La dramaturga extrae la esencia de un género de raíces greco-romanas y lo moderniza con un sentido de universalidad inconfundible, sin perder de vista el fin que se persigue: Destacar las faltas morales de la sociedad que relativizan al género humano, a través de tipos y arquetipos, utilizando el humor en algunos casos y la ironía en otros, con sobriedad y firmeza.

 

     La portada, Mi mundo musical, de la artista plástica cubana Bárbara Rueda,  nos ofrece el sentido de armonía y (des)armonía que se plasmará en cada acto. El prólogo (9-12), por su parte, constituye una especie de introducción a la obra donde la escritora Odette Alonso Yodú, escritora cubana radicada en la ciudad de México, expone en forma breve y concisa el contenido de la misma.

 

     En “Análisis de Madurez” (13-21),  se presenta en tres escenas y de manera jocosa el tema de una burocracia fría e inútil. La interrupción como distracción es una de las técnicas que la dramaturga utiliza eficazmente para alegorizar lo banal del proceso administrativo público. Juan Augusto García López es el patronímico que utilizará la autora para alegorizar la mutilación del individuo quien exclama “todo el mundo se empeña en llamarme Juan García a secas” (18). Tanto el segundo nombre, como su apellido materno son extirpados arbitrariamente por una sociedad donde el pragmatismo ha sustituido al humanismo.

 

     “El plan de las aguas” (22-33) es la arena teatral donde se personifican los elementos naturales a través de un teorema dramático que dirige la atención del espectador hacia el objeto, para confrontar así el origen del problema. Ésta ha sido ya estudiada cuidadosamente por Leonardo Fernández-Marcané quien nos explica que Mayor Marsán logra producir la catarsis en el espectador “echando mano a una figura de larga prosapia griega, la personificación o prosopopeya, que consiste en proporcionarles a los seres inanimados o abstractos, reales o irreales, actitudes o acciones propias de los seres  humanos” (3-4)[1].  En “La Roca” (34-41), la inercia que neutraliza y paraliza al individuo, representado aquí por personajes planos, sacude a la audiencia. Es precisamente esta inercia, en sus múltiples formas y matices, la que como una enfermedad crónica, sin respetar profesión o ideología, condena al ser humano a una derrota irremisible.

 

     En “Las muchachas decentes no viven solas” (42-49), se cuestionan los (pre)juicios sociales, herencia de un sistema patriarcal. Es un desafío directo a las apariencias y cómo éstas sirven únicamente de barrera filosófica y (pre)texto para encubrir una realidad que forma parte del dominio público. El final (im)predecible restaura un orden (pre)establecido con lo que se logra la justicia poética. La dramaturga dirige al público hacia un camino inédito en “Lazos que atan y desatan las almas” (50-57) donde la ironía se utilizará como mediador. Ni siquiera el personaje de la Madre, junto con el espectador, es capaz de asimilar en su totalidad el final de la pieza teatral. Es precisamente fuera del teatro, y del texto, donde se producirá la catarsis. Finalmente, “Testimonios de mis días” (59-63) sirve de broche de oro.  Olga Connor ha elogiado la puesta en escena de esta obra en su columna semanal de El Nuevo Herald,[2] al referirse a los dos monólogos que la confeccionan: “escenificados bajo la dirección de Bernardo Rudich, versan sobre dos tópicos actuales: el de la mujer madura abandonada por el marido; y el de la superficialidad de la adolescencia que sueña con fama y apariencia”. (3-C).[3]

 

     En el medio docente, esta obra dramática ofrece una multitud de usos y aplicaciones didácticas. Se puede utilizar como texto en un survey de literatura latinoamericana o de estudios orientados a hispanos escribiendo en suelo estadounidense. Asimismo, podría formar parte de prontuarios dedicados a estudios dramáticos y escénicos. Su inclusión en un syllabus sobre el género menor o chico, es decir teatro breve, serviría de marco de referencia para elaborar trabajos escolásticos que analicen y contrasten este género desde sus comienzos hasta nuestros días. En pocas palabras, tenemos antes nosotros un texto que ofrece múltiples posibilidades, tanto en niveles artísticos como académicos.

 

     Al lector, y por extensión al espectador, que tenga la oportunidad de leer inquisitivamente o presenciar en escena estas piezas dramáticas, no le quedará otro recurso que viajar a su interior para contestarse a sí mismo muchas de las interrogantes que se formulará como resultado de esta experiencia. El título con que se bautiza a esta producción dramática resume en una frase su contenido profundo y emotivo. La trama concebida por la dramaturga da a luz seis piezas circundantes: dos monólogos, una especie de gemelos retóricos, y cuatro obras hermanas que en momentos específicos se unirán y (des)unirán como producto de la gravitación universal.

 


[1] “La obra Dramática de Maricel Mayor Marsán” por el Profesor Leonardo Fernández Marcané. Ensayo publicado en el Número 23-24 de la Revista Literaria Baquiana (versión digital), Mayo-Agosto de 2003.

 

[2] “Dos monólogos” por Olga Connor. El Nuevo Herald, GALERÍA, 5 de marzo de 2003.

 

[3] “Dos monólogos” por Olga Connor. El Nuevo Herald, GALERÍA, 5 de marzo de 2003.

 

 


 

 

Volver