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Dicen por ahí, querido poeta,
los que saben de tu historia,
que lo tuyo era olor a musgo
desde que entraste a la cárcel.

Un gitano de extremadura
había leído en tus manos
el final y lo callaba.
Nunca superó su tristeza.

Acerbas grietas de dolor
fueron capaces de generar en ti
cánticos y nanas de niños,
ternura de hombres sublimes.

Todas tus heridas juntas
te elevaron, gigante del verbo
por tu cariño, tu devoción a la vida
en medio del arrullo de la muerte.

Hoy te hablan,
comienzan dicen.
Hoy te entienden,
pretenden quieren.
Hoy te reclaman:

hombres e historia.

Siglo veinte,
futuros siglos,
obstinados,
abrazarte simulan.
Palabra usada,
mito empleado,
seducción de pueblos,
humillación de otros,
justificación total,
el firmante:
TU NOMBRE.

Ven conmigo, a donde el verso nos deje.
Suprime la impaciencia y deja la apariencia
a un lado, a solas.
Quizás vagando entre tragedia y llanto
podamos llegar a reir, allí
donde sólo se acaricia la vida.
Cuéntame todo,
que tu dolor sea mío, porque
aquí te entrego mi mano de frente.